Nacer para morir...

Nacemos y morimos, estemos de acuerdo o no. Por ello el comportamiento en nuestra vida debería girar teniendo en cuenta esa ley natural.

Nuestra sobrina Loli, antes de ayer dió a luz su primer hijo y las cosas durante el parto se complicaron inesperádamente; cuando nadie lo previó, se les paró el corazón a la mamá y al pequeño. Una intervención rápida hizo que ahora los dos se recuperen, y en pocos días todo habrá pasado.

El espacio invisible entre vivir y morir es tan pequeño que me asusta el pensarlo, me horroriza pensar en el fallecimiento de cualquier ser querido. Pienso en las veces que he estado en peligro durante todos estos años, conduciendo el taxi, los miles de cruces peligrosos que habré atravesado. La suerte que sin duda he tenido hasta hoy, claro.

Con los años subes el pie del acelerador sin darte cuenta, te vuelves más prudente y más responsable pensando en tus hijos y en tí mismo. Casi nadie se quiere morir absurdamente en el asfalto, sin embargo es donde más muertes se producen al año.

Hoy 15 de febrero, hubiese cumplido 39 años la madre de Verónica, mi hija mayor. Hace dos años su cuerpo dijo basta, de forma natural. Aunque entonces lo único que me unía a ella era una hija en común, no he parado de recordarla estos días previos a San Valentín. Allá donde estés, te mando un abrazo, Asun.

Y la vida sigue, aquí abajo en el taxi, con la crisis y el paro, con cuatro historias más, que aunque sean muy importantes (lo son), pasarán como el día y la noche.

Seguirán los amaneceres y las suaves brisas de mar, que al atardecer acaricien los sentidos de los enamorados que disfruten su existencia en la Tierra.