Cuando llega la noche, siempre amanece.

Es lo que hay, la ciudad de noche, medio desierta con lluvia y desalmada. No se sabe muy bien lo que ocurre o se sabe todo.

Me digo a mí mismo lo afortunados que somos por respirar y poder disfrutar un café con los compañeros, saber que en la mañana estará Susy esperándome con un abrazo y una camita en la cual estrellar mis sueños a merced de Morfeo. Y vendrán a despertarme nuevamente mis tres pequeñas con besitos de fresa y caricias de algodón.

Me pasa rápido y veloz un taxi lleno de prisa; me atraviesa un desconocido con mirada extraña y aún sabiendome incapaz de interpretar sus intenciones miro al infinito perdido y oscuro.

La noche fría y desapacible camina al amanecer con tanta incertidumbre como la mía, viendo pasar el tiempo en mis manos y en mis primeras atrevidas arrugas sobre mi frente, con canas en mi recien estrenada perilla. Sigo siendo el mismo; afortunadamente casi nada cambia en las personas...

No quiero pensar en la crisis, así que voy a pensar en nuevos proyectos, no aptos para aburridos y sabelotodos. No tolerado para los intolerantes; proyectos poco maduros para depresivos cronificad@s. Ideas muy personales.

Me siento bien y acompañado, a gusto con lo que hago y respaldado por la mejor persona del universo.

Hoy llevé a Susi al hospital por un catarrito y la doctora se sorprendió de la complicidad entre nosotros y sonreía al mirarme... Todo un regalazo la sonrisa de aquella mujer en un lugar tan difícil como es un hospital en un día festivo.

No tiene ninguna importancia la frialdad de la noche, ni tampoco el atrevimiento necio del que no fué enseñado... Carece de sentido el pensar por los que no piensan en nadie mas que en ellos, malgastando tiempo y vida.

Pasó un cometa esta noche justo antes de sorprenderme el sueño, junto a nosotros y en tus brazos...