miércoles, 31 de marzo de 2010
La intuición y el hielo
-Buenos días, me lleve a la Estación del Ave.
-Muy bien, vamos para allí.
-"Esta calle me trae muchos recuerdos" me dijo la clienta que acababa de subir hacía medio minuto.
-¿A que se refiere?, le contesté yo, aunque por su mirada adiviné que se trataba de otra persona. No me gusta ser demasiado directo, y como llegábamos al auditorio, le pregunté:
-¿Le gustan los conciertos que dan aquí?
-No no, me contestó.
Los siguientes segundos fueron de hielo, hasta que por fin despertó del hipnotismo...
-Mi ex novio vivía aquí, en Violante de Hungría, junto al mercadillo.
No sé porqué a veces se preguntan cosas que no importan en absoluto, es como meterse en un laberinto peligroso por la cara. Yo le llamo la parte desconocida de cada uno de nosotros.
Le pregunté:
-No funcionó algo ¿No?
-Me engañó con otra, pero no le guardo rencor.
-Entonces le quisiste mucho. No sé porqué esta vez la tuteé.
-Quizás le quiero. Quizás.¿Sabes? Se incorporó abrazando el asiento delantero del copiloto.
Ya habíamos roto el hielo y empezaba a derretirse demasiado deprisa...
-Cosas que pasan, le contesté casi con miedo, por haber rebasado la primera barrera.
-Estoy de paso por Zaragoza, y me siento sola con tantos recuerdos... estoy como confundida.
-El tiempo es el que pone las cosas en su sitio, acerté a contestarle. Pensé que mas que confundida estaba enferma. Me dí cuenta que debía retroceder el proceso (del hielo y todo eso), que yo había empezado torpemente.
-Sí pero ahora, estoy en tu taxi hablando contigo y compartiendo mi tiempo. Si te apetece un café, me sobra tiempo hasta que llegué mi tren.
Me sentí ahogado y pensé que hay barreras que uno no debe de pasar y menos cuando se está trabajando. Debía salir de aquella situación urgentemente.
Miré mi reloj adrede, casi al mismo tiempo que llegábamos a la Estación Intermodal.
-Tengo que ir a buscar a mi esposa, lo siento. De verdad que lo siento mucho.
-Como quieras, pero si cambias de opinión voy a sentarme diez minutos en la cafetería.
Poco después, mi taxi, se deslizaba suavemente por el Puente del Milenio, dirección a Gómez de Avellaneda 55, donde está la parada de taxis.
No me gusta mentir, pero menos, tomar un café con alguién que intuí enfermiza, y deseosa de obedecer a su corazón, contrariada con sus declaraciones.
Peligrosa.
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