Poco puedo contar y mucho... la verdad es que no paro en ningún momento del día, me vienen ideas que plasmar en el blog y luego se difuminan con el descanso tan necesitado del final del día.
El otro día entró en la librería un hombre de unos treinta años y con la sonrisa amplia me preguntó si teníamos a alguien que nos limpiase los cristales del escaparate, le contesté que sí, a lo que amablemente me comentó que si no estábamos contentos, que se ofrecía él...
Cuando marchaba se le apagó la sonrisa y a mí se me nubló el alma. Son las nuevas sonrisas obligadas por la crisis. Es la necesidad la que te hace ser amable con los demás. Ojalá poco a poco las cosas no vayan a peor (eso dije, NO IR A PEOR).
Recordé en años pasados cuando en unos de aquellos viajes, para ser exactos en Indonesia, la gente lucía la sonrisa perpetua en el rostro... entonces nos preguntábamos como hacían en medio de tanta miseria conservar la luminosidad radiante en su expresión.
Ahora entiendo todo. Cuando ya es habitual el ambiente de incertidumbre, cuando decimos y hablamos del optimismo... pero en el fondo, tenemos miedo. Entonces por supervivencia genética somos amables... como los ancianos que se apagan ¿Para qué amargarse más, con lo poco que tenemos de vida?
No podemos permitirnos el lujo de poner mala cara a nadie que nos dan el único y valioso trabajo que nos sirve para dar el color y la vida de nuestros hijos.
No dejes de sonreir nunca.
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