" La Sombra Del Naranco ": La alegría de ser pato

miércoles, 21 de diciembre de 2011

La alegría de ser pato



Un pato mandarín quiso conocer mundo, ser aventurero. La granja se le quedaba pequeña: había que buscar un mundo nuevo. Salió de la granja decidido. Caminaba con firmeza, marcando el paso como si fuese el abanderado de un desfile: la cabeza erguida, la vista al frente. La granja de iba quedando cada vez más lejos. Torciendo por veredas y atravesando matorrales, llegó a una hermosa pradera. Allí, en la orilla de una laguna, paseaba su esbelta figura una cigüeña. —¡Qué patas tan finas y largas! En cambio, las mías son cortas, anchas y feas... El pato bajó la cabeza avergonzado y siguió caminando. Trató de consolarse pensando en los lindos colores de su plumaje. Al fin y al cabo, las plumas de la cigüeña sólo estaban pintadas de negro y blanco. Después de haber caminado muchos metros, se adentró en un camino más ancho. Iba por la sombra, caminando entre robles, hayas, acebos y avellanos. De repente, el sonido de una dulce música detuvo sus pasos. El pato mandarín quedó como hechizado: un alegre ruiseñor estaba dando su concierto de enamorado. —¡Esa sí que es una voz bonita! Y no este cuá-cuá que tengo yo, que parece que me estoy ahogando. El ruiseñor, al oír el cuá-cuá del pato, se asustó y salió volando de su escondite. El mandarín, al verlo tan pequeño y asustado, no pudo menos que jactarse y decirse a sí mismo que él era más grande y agraciado. El pato siguió caminando y descubriendo las sorpresas que el mundo nuevo le iba mostrando. Caminaba ahora por un sendero bastante empinado. Estaba en la ladera de una montaña, y subía sofocado. A lo lejos, en la altura, divisó un águila surcando los cielos. —¡Qué maravilla! ¡Quién pudiera volar y planear así! Sin embargo, mi cuerpo es rechoncho y pesado. Tan ensimismado estaba pensando estas cosas, que no se dio cuenta y cayó por un barranco. Pero tuvo suerte, pues fue a caer a un lago. El impacto fue grande, y se hundió a gran profundidad, pero unos instantes después salió a flote y alcanzó la orilla nadando. ¡Qué alegría sintió entonces al saber que era un pato, con sus plumas impermeables, sus patas palmeadas y su pico ancho! El ser un pato le había salvado la vida.




2 comentarios:

José Antonio del Pozo dijo...

precioso relato sobre la fidelidad a uno mismo
saludos blogueros

José Antonio dijo...

Me encantó el relato Hay que tomar ejemplo ¿verdad? Todos tenemos muchas cualidades que no debemos olvidar.
Te quiero