" La Sombra Del Naranco ": 25 de Noviembre...

jueves, 25 de noviembre de 2010

25 de Noviembre...



Copio y pego una entrada del blog de Eva Navarro... el mérito es sólo suyo


Domingo, 2h09 AM.

Las puertas del pasillo de quirófanos se abrieron con el empujón de la camilla.
- ¡Vamos, vamos! ¡Despejando, vamos, hay que detener la hemorragia!

Tras la camilla, las puertas volvieron a cerrarse, y Nekane se quedó inmóvil, de pie, desorbitada, atenazada por las palpitaciones que sentía en los dedos, en las piernas, en las caderas…
Tuvo que buscar un lugar donde sentarse, donde desplomarse con la gravedad de la tensión acumulada, para liberarla, mientras esperaba que la intervención de su paciente terminara.

- Aguanta, Clara, aguanta –parecía que oraba- y será lo último que aguantes.


18 Días antes.

La Dra. Hernani trabajaba en la consulta del centro de salud como médico de familia.

- Clara Salinas –se escuchó a través del altavoz situado sobre la puerta del gabinete.
- Buenos días, Nekane –dijo Clara al cerrar la puerta y tomar asiento.
- Buenos días, cuéntame…
- Tengo problemas para respirar, noto todo el tiempo como una presión en pecho y espalda, me sube calor por el cuello, y a veces, cuando me falta el aire, siento náuseas.
- Túmbate sobre la camilla, quítate la blusa, por favor.

Mientras Clara se desvestía la Dra. Hernani alcanzaba el fonendoscopio y, cuando su mirada se posó sobre el cuerpo de su paciente…
- ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo te has hecho estos moratones?
- Estoy torpe, ya te he dicho que me cuesta respirar, me he caído, creo que un desmayo.

El silencio, de repente, tenía toneladas de peso. La doctora palpó los hematomas, la paciente reaccionaba con pequeños movimientos de rechazo, dolorida.
- ¿Todo esto te lo has hecho en una caída? ¿Cuando te has caído?
- Ayer, creo. No sé el día en que vivo, estoy muy cansada.
- Mírame, Clara. ¡Mírame te digo! Por favor… Estos moratones son de golpes en distintos momentos ¡Van del granate al amarillo, pasando por el morado y el verde! Clara, mírame… No es la primera vez que te lo veo ¿Qué te está pasando?
- Estoy muy cansada, no recuerdo bien las cosas, me cuesta ocuparme de mi casa y mi familia, estoy torpe; esta angustia que tengo me quita el apetito ¡mira como me estoy quedando! Parezco un saco de huesos, debería poner de mi parte, pero no sé… no sé hacerlo mejor, me distraigo continuamente, olvido lo que debo hacer, soy un desastre…
- ¿Quien te dice todo eso?
- No me lo tiene que decir nadie, ¿es que no lo ves?
- Yo veo lo que veo. Te repito, Clara… ¿Quién te dice todo eso? ¿Quién te hace esto?
- Es culpa mía… -rompió a llorar- soy un despojo de mujer. Pero lo voy a arreglar, y todo volverá a ser como antes. Tengo que arreglarlo ¿comprendes? Si me curo, si vuelvo a estar fuerte, todo volverá a ser como antes.
- ¿Qué quieres arreglar? ¿Qué quieres que vuelva a ser como antes?
- Mira, Nekane, yo te agradezco que te preocupes, pero tú no estás para eso, y yo he venido a consultarte como médico –se secó las lágrimas de la cara y los ojos con dos pasadas de manga- si no me puedes dar algo para la angustia, pues me lo dices y ya está. Me voy por donde he venido. –contestó resuelta mientras se volvía a vestir-
- No, perdona, no te marches, siéntate. Discúlpame. Mira, te voy a dar una receta de algo muy flojito ¿vale? No es más que un relajante muscular muy suave. No te atontará ni te dará sueño, simplemente te ayudará a que no te sientas aturdida, y quizá de ese modo puedas hacer las cosas más tranquilamente. Lo tomas durante un mes, y luego hablamos, a ver cómo te ha ido ¿Te parece bien?
- Bien –la paciente bajó la guardia-
- No dejes de venir, por favor, estas cosas hay que controlarlas. Si vemos que no te va bien o no te es suficiente, cambiamos de comprimidos o de dosis.
- Bien…
- ¿Sigues viviendo en esa casita con el patio lleno de flores? Donde fui a verte una vez para una atención domiciliaria ¿recuerdas?
- Sí, ahí vivo. ¿Por qué?
- No, por nada. Me gustó tu patio. Confírmame tu teléfono, por favor, este tipo de medicamento requiere tener completa la ficha del paciente –mintió la doctora- ¿es este?
- A ver… -Clara ya parecía más conforme- Sí, ese es. Vale. Pues gracias, hasta dentro de un mes.
- Escucha Clara, no te lo tomes a mal, sólo me he inquietado por ti. Te pido que, por favor, te anotes mi teléfono. Mira, te hago una llamada perdida y así te queda grabado. Guárdalo en tu agenda –la doctora hablaba mientras marcaba el número de Clara en su teléfono personal- Dime que lo harás, que me llamarás si en algún momento no estás bien.
Las dos mujeres se miraron, comprendiendo lo que no decían las palabras. Se regalaron una sonrisa de cortesía, triste, y la una se marchó mientras que la otra se sentaba en su despacho. Ambas con la vista clavada en el suelo.


18 Días más tarde, domingo 12h39 AM.

Nekane terminaba de cenar en compañía de unos colegas de Bilbao que estaban concluyendo una semana de conferencias y seminarios en la costa levantina. Sintió la vibración del teléfono en el bolsillo y, mientras escuchaba entre risas a sus compañeros, miró la pantalla:

Nuevo mensaje: 00:39 Clara Salinas: ven corre ven

La doctora se levantó de su asiento con la fuerza de una catapulta. Pulsó:

Opciones, OK, Devolver la llamada, OK, Llamando

Cogió la botella de vino vacía que reposaba boca abajo en la cubitera junto a la mesa, abandonó a sus colegas con un simple “una urgencia” y salió corriendo del restaurante. Una señal de llamada, dos señales de llamada ¡atienden la llamada…! Pero nadie contestaba al otro lado.
- ¿Clara? ¡Clara! ¡Soy Nekane! ¿Clara?

Escuchó un sonido de rozamientos, le hizo recordar cuando en alguna ocasión alguna amiga le había llamado por accidente, al llevar el teléfono en el bolso y pulsarse sola la tecla de rellamada. Escuchó golpes que retumbaban.

- ¡Abre el puto armario, hija de perra! – más golpes.
- ¡Por favor, lo abro, voy a abrirlo, cariño, pero déjame que te explique! –escuchó por fin la voz de Clara, más allá del bolsillo o lo que fuera.

Comprendió que no era momento para hablar, que nadie la escucharía al otro lado, y siguió corriendo hasta llegar a su Megane descapotable que abrió a distancia. En la carrera, se colgó el bolso cruzado sobre el pecho, introdujo en él la botella, y pulsó la tecla de manos libres del teléfono. Entró como por arte de magia en el vehículo y de dos volantazos salió del lugar disparada.

- ¡Saco de huesos, despojo de mierda! ¡Das asco! – los insultos se sucedían, el llanto de Clara se interrumpía por sus quejidos, que coincidían con vaivenes de los roces, por golpes sordos, y más llanto, y más insultos.

El corazón de Nekane batía a más velocidad de la que llevaba el coche, pero su cabeza se mantenía lúcida. Podía haber tomado el camino más corto para llegar a la casa de su paciente, pero recordó los controles de alcoholemia que acostumbraba encontrar en la avenida que comunicaba la zona de copas con el centro de la ciudad, y tomó esa dirección. Cuando se acercaba a semáforos y cruces, tocaba el claxon y daba ráfagas con los faros. No se detenía. La policía estaba donde previsto, aceleró. Pulsó la apertura automática de su ventanilla, y cuando alcanzó la altura del control, sacó la mano con el dedo corazón apuntando al cielo, acelerando y pitando como si fuera de boda. Se dirigió entonces a casa de Clara.



No había soltado el teléfono de la mano, y escuchaba la agresión en directo, cada vez más frecuentes los golpes, los insultos en catarata, cada vez más débiles los quejidos. En un momento, un fuerte golpe del teléfono del otro lado de la línea: en un movimiento el aparato había salido despedido del bolsillo de Clara, y había quedado tirado en el suelo. No escuchaba más a la mujer. Miró por el retrovisor: dos coches de policía la seguían. Temió lo peor. Por fin decidió hablar.

- ¡Clara! ¡Clara! – gritó con todas sus fuerzas. Alguien, al otro lado, cogió el teléfono.
- ¿Quién es? ¡¿Quién es, maldita sea?!
- ¡Soy una mujer, pedazo de cabrón, una mujer con más cojones que tú y toda tu puta raza, y voy a por ti!
- ¿Ah, sí? ¿Tú y cuantas más? ¡Payasa! ¡Ven, ven, que tengo pa ti también!
- Estoy en tu calle, media picha, en cuanto salgas te reviento en tu misma puerta.

No le dejó tiempo para contestar. Colgó la llamada sin soltar el teléfono, y embocó por fin la calle. La policía le seguía, ahora sonaban las sirenas. Vio salir al energúmeno de la puertecita de la verja detrás de la cual se escondía el infierno. Le reconoció enseguida, le había atendido ella misma en el centro de salud alguna vez, y le recordaba de cuando visitó a Clara en casa. Aceleró de nuevo, dirigiéndose a él. Este se quedó inmóvil, desconcertado como los conejos que atraviesan la carretera por la noche.

Nekane conocía el barrio, era su barrio de trabajo. Sabía que, tras la curva cerrada a la izquierda, la calle se ensanchaba y a la derecha de la misma había un descampado. Siguió en dirección al endemoniado, apretó el freno y apenas a dos metros de distancia del hombre, lo esquivó, soltó el freno y giró el volante, para detener el coche en medio de una polvareda, en el descampado.

Los coches de policía la seguían de cerca, ocupando los dos carriles de la calzada, no tuvieron tiempo de reaccionar, y no pudieron evitarlo. Salió disparado hacia el cielo, camino seguro del averno.

Nekane salió de su descapotable corriendo hacia la casa, cuya puerta había quedado abierta. Marcaba el número de urgencias. Entre restos de una batalla, Clara estaba tendida en el suelo, semidesnuda, con la ropa hecha jirones. Tenía pulso, pero mostraba varias heridas incisocontusas, una de las cuales, en la cabeza, sangraba en abundancia.

Dos policías entraron corriendo en la casa, los otros dos se ocupaban de los restos de satanás. Nekane dio instrucciones a emergencias del lugar donde debían mandar la ambulancia y valoración clínica de la mujer herida.

Se escucharon unos gimoteos. En el dormitorio, una niñita de unos tres años se refugiaba de cuclillas entre la cortina y la ventana, con el camisón de Clara entre sus pequeñas manos, cubriéndose el rostro, oliendo a su madre.


Domingo 06h23 AM.

La doctora acariciaba la frente de su paciente, sentada sobre la cama desde que viera que la ensoñación de la anestesia abandonaba el cuerpo maltrecho. Clara abrió los ojos, deseosos de enganchar la mirada en algún lugar que le permitiera mantener el peso de sus párpados. Encontró la mirada de su médico de cabecera, y la expresión se tornó inquisitiva, suplicante de una respuesta a ninguna pregunta, a muchas dudas juntas.

- Ya está. Todo ha pasado, nunca más volverá a ocurrir.
- Gracias Nekane -balbuceó, y las lágrimas se precipitaron como corderillos apresurados, en todas las direcciones, sobre sus mejillas. Entornó los ojos de nuevo, y su cabeza, rendida por los golpes de la vida, se ladeó buscando reposo.
- … Nunca más.

EVA NAVARRO.

1 comentario:

Susy dijo...

¡¡¡¡¡DIOS MIO!!!!He llorado con este relato tan real como la vida misma.
Ojalá estas cosas no pasaran nunca.
¿Cuando acabará?